lunes, 27 de septiembre de 2021

MOSQUERA Y URIBE CUARENTA Y TANTOS AÑOS DESPUÉS

 Por Manuel Araníbar Luna.


La Florida, primeros años de los 70. Tras terminar sus entrenamientos los jugadores del plantel de primera división (fíjense qué figuras: Alberto Gallardo, Chito de la Torre, Tito Elías, Eloy Campos, Mellán, Pepe del Castillo, Velita Aquije, Alfredo Quesada y otros)  terminaban su jornada de entrenamiento. En vez de retirarse a casa se quedaban a ver el entrenamiento de los menores del club.



La descosían y la volvían a parchar…

Era que en los partidos de entrenamientos de infantiles destacaban en la delantera dos chibolitos que se divertían en la cancha y a su vez divertían a los mayores. Descosían la número 5 y la volvían a parchar en base a diabluras, paredes, tacos, huachas y quiebres de torero. Uno de ellos era un flaquito de piernas largas que corría con velocidad de galgo y el otro era un zambito quimboso que tenía un dribling endemoniado y que cuando le pasaban la pelota se la llevaba dribleando hasta los palos del arco. Uno vivía en San Isidro y el otro en Barrios Altos cerca al cuartel de Barbones. Eran Roberto Mosquera y Julio César Uribe.

Su formación en La Florida…

 “Estos chibolos van a dar que hablar” decían los jugadores titulares del primer plantel. En aquellos tiempos ya era de conocimiento general que a los niños que integraban las distintas categorías de menores celestes -a diferencia de otras instituciones- se les formaba para ser profesionales responsables, gente de bien, reforzándoles la educación recibida en sus hogares, recalcándoles que la carrera de futbolista profesional dura pocos años y que si llevaban una vida sana podían llegar a jugar en el primer equipo y obtener ventajosos contratos profesionales pero si caían en las tentaciones de la juerga  todo lo planificado se les iba a derrumbar.

Cuarenta y tantos goles…

Cortesía El Peruano

Ambos adolescentes entendieron la lección y con el tiempo fueron promocionados al primer equipo. No les costó mucho llegar al titularato, y todo ello en base a sus cualidades que fueron potenciadas. Mosquera remataba con ambos pies, jugaba por ambas bandas, inclusive dominaba el puesto de 10, anotaba goles de tiro libre y aumentó su velocidad y dribling a toda carrera. A su vez, Julio César no sólo dribleaba como los diablos sino que inventó nuevas jugadas, siendo la más conocida su famosa cucharita. Dejó de amarrarse la pelota al chimpún y por fin se decidió a armar juego en el medio campo, habilitar al compañero mejor ubicado y por supuesto anotar. Cuando se juntaban era una delicia verlos tocar en paredes rápidas desde su propia cancha, Julio se la alargaba a Roberto y este luego de apilar rivales a la carrera le lanzaba pases o centros que Julio convertía. O viceversa, Julio le lanzaba los pases, Mosquera entraba en diagonal y la metía como viniera. Esas jugadas y  goles se repitieron cuarenta y tantas veces.

Cuarenta años más IGV…

Pasaron los años, ambos integraron la selección, ambos fueron convocados a selecciones mundialistas y ambos triunfaron en el extranjero. Para variar, ambos siguen sus carreras como Directores Técnicos, ambos se han enfrentado muchas veces dirigiendo a sus respectivos equipos. En algunas lides ganó Julio, en otras ganó Roberto. Sin embargo, antes y después de las contiendas siguieron siendo hermanos celestes desde el tiempo en que peloteaban en las canteras de once del Rímac.

Ayer, luego de cuarenta años más un sencillito de sus primeras pichangas, ambos se encontraron al filo de la raya de cal. Esta vez Roberto ganó el duelo. Pero la rivalidad quedó en la cancha, ambos siguen siendo hermanos. Porque así los forman en el club de La Florida.

¡Salud Mosquera y Uribe, celestes desde siempre!

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