Por
Manuel Araníbar Luna
Si
algún partido era el adecuado para que el goleador agarre confianza, el de ayer
le cayó como clavo para su martillo. La
afición quería chequear si en el equipo seguía desarrollando la armonía en
todas las líneas que buscaba Mosquera y este era el momento. Si se buscaba
confirmar que el sistema de Mosquera era el idóneo para demostrarle a esa camarilla
que lo despidió con el torpe argumento de que “no aplicaba el manual de estilo
del Sporting Cristal” esta fue la bofetada que les volteó la cara.
Lengualargas
y sabelosaurios…
La
actuación de ayer fue el acta de Renacimiento. Y lo era porque esa contundencia,
velocidad y variedad de sistemas de ataque y defensa habían dormido bajo el
gramado desde el 2012. Se vio lo que se esperaba dejando muy poco para darle de
comer a los lengualargas y sabelosaurios que pululan en las redes sociales
buscándole la cresta al cocodrilo.
Aclaremos
que aún no es este el momento para cantar victoria y -sin ser marihuaneros- llenarnos
la cabeza de humo para gritar a los siete vientos que ya logramos la estrella
20 y que vayan destapando las botellas. No, hay mucha jamonada que rebanar (el
jamón es para los que ya se sienten campeones), hay algunas líneas que hay que
perfilar y hay algunos jugadores que se tienen que asentar y agarrar confianza.
La
moto del sicario…
Corozo,
por ejemplo, durante los partidos de verano tuvo un rendimiento que no llegaba
a un tercio de lo que rinde en la actualidad. Ayer, Washington “Manchita” Corozo
se tiñó de actitud y puso ganas. El delantero ecuatoriano fue una moto de
sicario a la que no podían parar ni poniéndole troncos de árbol entre las
ruedas. Y todo gracias a la mano del DT Mosquera Vera quien le dio confianza y
libertad para quitarse de los ojos la venda de la inseguridad. Pero cuidado,
todavía le falta algo. Queremos ver a un Corozo que juegue más que como moto
lineal, como un tren bala. Potencial tiene, ganas tiene, decisión tiene. Pero
aún le faltan 100 gramos de tranquilidad y cinco soles de puntería. Tiene que
afinar la mira telescópica, no sólo para dar en el blanco sino para jugar más
en compañía de un compañero a quién ponérsela en bandeja y desmarcarse pidiendo
que se la pongan -más que al pie- adelantada. Porque dársela cuando está parado
lo congela, le frena el arranque. A Washington hay que potenciarle su velocidad
y su fuerza (celeste). ¿Y de quiénes es la tarea de poner las pelotas en
callejón oscuro? De sus volantes armadores de ayer, Calca y el Chévere. Falta
uno, el Chamo Marchán, pero anda lesionado.
Calca
ayer estuvo inspirado con sus característicos juegos de cintura para cambiar de
dirección. Repartió para ambos lados por igual para que nadie se pique ni diga
que tiene preferencias, a la derecha, al centro, a la izquierda. Apoyó a la
defensa quitando poco, pero por lo menos tapando proyecciones de los laterales.
Calca se esmeró y tuvo fuelle para hacer el sube y baja, tuvo panorama para
leer el partido y lanzarla par el que estaba más a tiro de gol.
No
era un gallinazo…
A
su lado, Távara ayer jugó en corto y en largo. En corto con paredes de fulbito
y en largo para habilitar a sus compañeros de la vanguardia. Y lo hizo desde
inicios del encuentro. El Chévere prendió la mecha empezando el partido cuando dio
a Emanuel un pelotazo bombeado que pasó como un dron por encima de los dos
centrales amarillos. Cuando estos se cayeron en cuenta de que lo que pasaba
sobre sus cabezas no era un gallinazo ya Emanuel se la había bombeado al Loco y
anotado el primero de la sarta de cohetones.
Si
hay que meter ocho…
No
obstante, a pesar de que el triunfo ya era holgado en el segundo tiempo, a
Mosquera le incomodó que sus pupilos bajaran la palanca de tercera a primera. Su lema es “si hay que meter ocho hagan diez”.
Es que, en el partido anterior, pese a tener acorralado al equipo de Abtao, los
cerveceros regalaron oportunidades de gol como panetones en campaña política.
Mosquera está corrigiendo este pequeño defecto porque jugar bonito es para las
tribunas pero no da ganancias. Los hinchas cerveceros quieren ver fútbol y triunfos,
y estos -obvio está- vienen codo a codo con los goles. Porque a la hinchada no
le vacilan los triunfos morales ni mucho menos los triunfos en mesa (una
arraigada costumbre de otros equipos).
A
la bulliciosa hinchada celeste (que hoy por desgracia está extrañando el
cemento- le gusta que juegue bien todo el equipo, desde el arquero hasta
el último cambio. Claro, Cristal no es el Bayern ni la selección de Holanda con
su fútbol total pero, sí valora cuando un jugador pone actitud como la que
vimos ayer en Cazulo que entró faltando quince minutos cuando el equipo estaba
empachado de goles. ¿Qué hizo Piki? Le metió ganas y de puro porfiado fue el generador
de la anotación del quinto y el sexto. ¡en
sólo un cuarto de hora, menos de lo que demora en desatorarse el tráfico en el
Trébol! Y créanme, que si se extendía el partido quince minutos más se anotaban
un par de goles más.
Porque
en el fútbol hay que jugar con hambre… de goles, se entiende.
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