Por Aldo Alvarado Hinojosa “El Doctor Celeste”
Cuando
uno es barrista joven comete muchas locuras que con el transcurso de los años
traen recuerdos jocosos. En esta anécdota se mezclan lo que es la pasión, el
hinchaje y las locuras de juventud. Corría el año 93. Como ocurriría en casi toda
esa década, El Sporting Cristal participaba nuevamente en la Libertadores. Ese año
nos tocaba jugar las eliminatorias contra el Minervén y el Caracas de
Venezuela, mientras que por parte de los nacionales nos secundaba el equipo de
Ate.
Sólo un parcito…
El partido de local contra
el Minervén iba a empezar a golpe de 7 de la noche en el Nacional. Mi amigo Carlos Quenaya, Quenayón, médico
cirujano pediátrico, gran amigo y recontra hincha, vino a buscarme a casa. Ya se
había hecho costumbre ir ambos al estadio para alentar desde las graderías a
nuestro equipo celeste. El caso es que Quenayón
llegó a las 3pm. lleno de entusiasmo (y bastante sediento).
—Aldo, es un poco temprano, ¿qué te parece si nos
sazonamos con un parcito de chelas para llegar más entonados al estadio?
En las cercanías de mi casa,
junto a una panadería llamada Corcilia había una bodeguita donde vendían chelas.
En la veredita de las afueras uno podía chelear
tranquilo con su vasito. Todo bien, comenzamos a chelear con mi amigo Quenayón sin
preocuparnos por la hora porque era demasiado temprano. Pero esa frase “un par
de chelas” se desvirtúa cuando uno se muere de sed. Esa tarde calculo que nos habremos
soplado alrededor de diez chelas, y quizás más. Ya estábamos, más que movidos,
recontra chichas al punto que ya arrastrábamos las palabras: “yaaa, ¡hic!, aaamos
aal essstaiooo, cuñaaao ¡hic!”
Fuimos a pie desde Santa
Catalina hasta el estadio. Entramos con el Extremo mientras entonábamos “canta
ceeerveceeero esta cancióoon, de cooorazóooon¯¯¯!”.
El cerrito en la tribuna…
Esa noche teníamos que ganar
por goleada para clasificar. El partido se presentaba fácil, pero faltaba el
gol. Tanta era la presión en la cancha que el gol tenía que llegar en cualquier
momento. Promediando el primer tiempo hubo penal contra un celeste. (mentiría
si dijera que recuerdo cómo se suscitó el penal y quién lo anotó). “Goooool, carajo!”, gritamos, nos abrazamos
saltando como locos, pero estábamos tan borrachos que caímos rodando a las
gradas. Los chibolos de la barra, imaginando que estábamos haciendo “cerrito” (se
denomina así cuando los jugadores, luego de anotar un gol se tiran uno encima
del otro) se nos lanzaron encima. ¿Cuántos serían? Por lo menos eran alrededor
de veinte. Cada hicnha que se tiraba encima era un dolor intenso a nuestras
costillas. Lo cierto es que de tan tremendo aplastamiento se nos quitó la
borrachera.
Aquel partido lo ganamos 6 a
2. El dolor en todo el cuerpo con el que amanecí al día siguiente era como si
me hubiera atropellado una camioneta. Y me duró varios días. Y hasta ahora sigo
sin saber quién anotó ese primer gol. ¿Algún barrista de esos tiempos me podrá
pasar el dato, por favor?
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