Por Manuel
Araníbar Luna
Segundo tiempo…
Los cusqueños han llegado ya un par de veces
al arco celeste, pero el Loco Delgado demuestra serenidad. Mira con cachita a
los rivales como si sus disparos fueran pataditas de monja. Advíncula, Ayr, Pacho
y el Chasqui se defienden con solvencia.
Los enroques de Mosquera…
Los armadores hilvanan jugadas. La tocan con soltura de partido entre solteros y casados. El cervecero se acomoda esperando que los visitantes se manden al
hachazo. Los rivales insisten en pelotazos. Y se mandan feo, pero la defensa responde
con solvencia. Piki es un pitbull que muerde a todo lo que se mueva con
camiseta blanca. Es el tanquecito de acero que corta todos los avances
enemigos, el carrito chocón que pone la pierna fuerte y gana en el pecho a
pecho. Sin embargo, dicen los abuelos que bueno es culantro pero no tanto. El
gladiador necesita un chacal que lo secunde. Mosquera hace un enroque ajedrecista,
saca a Pincel y mete a Neka Vilchez porque un aguante entre dos es menos atroz. Loba, cinco metros
más arriba, manda delivery para Irven y luego para Junior; llevando así a los rivales
de una vereda a otra. No obstante, por tanta patada recibida, Loba-27 empieza a
renguear. El DT de los ternos elegantes saca a Carlitos y mete a Rengifo para estorbar
a los centrales cusqueños. Luego saca a un exhausto Junior Ross (que todo el
partido ha contragolpeado destrozando cinturas por ambas bandas) para poner al
Flaco Marcos Delgado. No obstante, aún había que enfriar el partido.
El Concierto del Burrito…
¿Y cuál es la otra estratagema de Mosquera? Le ordena a Burrito Mariño que haga chiches,
tacos y huachas, que busque fouls, que la meza cantándole “arrorró mi niña”.
Burrito ejecuta su Concierto para Copa de Oro con Taco y Pisada Opus 16 y
acompañamiento de huachas y paredes. Pobres rivales: Garcilaso se convierte en
Facilazo. Granda se achica, el arquero Goyo se queda en el hoyo, Alloco se
aloca poco a poco, Flores se marchita, Ramos por las ramas creyendo jugar en Roma, Huerta
es una puerta abierta, el histérico Ciucci se encurrucha (con rima en hucha) y aplica
patadas que merecen -más que expulsión- seis meses de prisión preventiva. Al
Burrito le han caído, mínimo, unas cincuenta patadas y en ninguna reclama ni
pide tarjeta. Se levanta, la vuelve a acariciar en cámara lenta y los rivales
lloran. El tiempo no avanza.
El manotazo del Loco…
Erick recién se ha recuperado de una larga lesión y un sector de la hinchada no lo ve
tan ágil como el tigre saltarín que siempre fue. Llega entonces la segunda
jugada cumbre del partido, la definitiva. Si Junior ha metido el gol del
campeonato, Erick ha hecho la acrobática salvada que evita el empate y, por
ende, la tanda de penales. Un delantero de blanco manda un petardo por alto.
Erick la desvía con los dedos y cae como un saco de cemento con guantes. La
pelota rebota en cámara lenta a los pies de un visitante, justo para que la
volee linda, fuerte y con paradero final a las mallas. El Loco que estaba
tirado en el suelo da tremendo salto de tigre, en el aire se impulsa mucho más
y la desvía otra vez con las uñas. ¡Uf, qué alivio! “Ya no
entra”, decimos los viejos hinchas, “ya
no pasa ni el aire”. Luego de esa salvada del Loco nos convencemos de que
los de blanco no llegarán más. El Loco es una barrera más alta que la torre de
Lima protegida por los cuatro guardianes de la bahía que no dejan pasar ni al
Papa Francisco con muletas.
Esta noche nadie duerme…
Tarjeta roja a Charapa por falta inexistente. Huerta se gana la roja por
impotencia. Los relojes mentirosos nos dicen que falta poco. ¿Poco? ¡Falta un
siglo! El reloj avanza más lento que una procesión. Con la mente lo apuramos,
pero nada, el reloj se planta como una mula terca. Falta un mes. En la cancha
empiezan los pasitos, los toques y los oles. Falta una semana, y la visita no
se da por vencida. Faltan horas. Luego, una pequeña trifulca, el árbitro se
acerca, chapa la pelota, levanta el brazo y ¡purrrrrr!, ¡por fin se terminan
los fatídicos siete años de vacas flacas!
¡Campeones otra vez! Vuelan las bombardas, el aire es una niebla
celeste, la pica—pica (ahora le llaman confeti) inunda la cancha y hasta los
gallinazos en lo alto de la torre vuelan con tiras de serpentinas color cielo
pegadas a sus alas. Todos lloran. Y nadie se va del estadio vivando el trote
olímpico del Loco Delgado con la copa en sus manos y los jugadores e hinchas
siguiéndolo. Todo el Estadio ruge “ese es
Sporting Cristal, Cristal, Cristal¯¯¯l”. Gracias profesor Mosquera. Esta noche no se
duerme. Celebremos, campeones.
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