Si no fuiste al estadio, te
perdiste una obra de arte. La volverás a ver una y mil veces en repetición por
la TV, pero apostamos a que te estás recriminando por no haber vivido el
momento en la tribuna del Gallardo. Y si ni siquiera viste el partido, al leer
el resultado te parecerá que fue un dominio absoluto de los cerveceros.
No
fue tan así.
Gol de desayuno…
Los
celestes adelantaron el marcador tempranito desde la mesa del desayuno cuando
Chavetita le quitó la pelota a un jugador de la visita, y al toque se la soltó
a un movedizo Emanuel que se había pegado a la derecha. Ema quiebra a su
marcador con la derecha y con la zurda la cambia al otro lado. La bola cae en paracaídas
justo para el frentazo de López que la clava al fondo de la canasta. ¿se veía
fácil no? Sí, facilito, tan papayita que en la tribuna la hinchada especulaba
por cuántos goles iban a ganar. Los cerveceros fueron llegando con soltura un
par de veces más al área de Rivadeneyra. ¿Total, para qué apurarse si lo goles iban
a llegar solitos sin que su mamá los haga cruzar la pista del Trébol? Eso pensaban
todos frotándose las manos.
Pero
una cosa es meter el gol de apertura y otra saber mantenerse en un constante
ataque. ¿Qué pasó? Que los ediles adelantaron sus líneas, se apoderaron de la cancha
y estuvieron a punto de anotar. Menos mal que ante una pelota casquivana y
traicionera que se venía con curva de Pasamayo, el Pato supo frenar el huracán desviándola
con un manotazo de náufrago. Patricio cayó como un saco de camotes pero evitó
el gol de la visita. Y con eso hizo su tarde, que si esa pelota entraba, ¡mamma mía!
Perdiendo la brújula…
La
más clara de los cerveceros en el primer tiempo fue un pase en callejón oscuro
de Piki con los ojos cerrados (tipo Loba) para Emanuel quien, solo frente a al guardavallas la define al cuerpo cuando tenía que meterla
como el apellido del arquero, arriba de
Neyra. Luego del sofocón, los ediles siguieron dueños absolutos de la
pelota ante el inexplicable repliegue de los celestes.
Para
el segundo tiempo, la misma china, y con el mismo forro. Los ediles dominaban,
barrían y cambiaban los muebles como si fueran dueños de casa, jugándoles de tú
a vos. Recién pasados los 20’ cambiaría el pastel de choclo por un asado a la
uruguaya. Los ediles quieren el empate a como dé lugar y adelantan sus líneas.
Esa es su desgracia.
Como novio en noche de
bodas…
Calca sale rápido, habilita a Yuly que parece que hoy
no ha tomado la siesta y está jugando con los ojos bien abiertos; este se la entrega
en adelanto de quincena para un Gabo que ha estado apagado, pero al ver que se
la dan en bandeja, bañadita y perfumada, se la
lleva al cuarto, apurado como novio en noche de bodas. Pero el celoso Rivadeneyra
le sale al paso, Gabo define al cuerpo, y la pelota salta como una pulga pero Gabo
es un gato que en pleno garabato la empuja con la cabeza y la pelota entra
obediente hasta el rincón del dormitorio. Dos a huevo. Ovación, saltos en la tribuna,
y
Gabo hace su clásico golpeteo al antebrazo tatuado.
Recién
cambia la historia. Entra Loba por Yuly, se despereza, lanza un aullido y desde
ese momento las salidas llevan la firma de Carlitos
Way, primero con pases en callejón, luego con tiro libre y más tarde con
tiro de esquina. Loba la lanza pasada y con curva, buscando como siempre un gol
lobímpico, pero le sale muy larga, al
segundo palo. Sin embargo, ahí está Ema que se le escapa a Zela y desde un
ángulo imposible la mitrea hacia el gramado, convierte el tercero pero pide el cuarto.
¡Y fíjate qué cuarto, con cama King Size!
Un gol maradoniano…
Se
cumplen los 45’ y dos minutos de descuento. Algunos se van. Allá ellos que no
saben lo que se han perdido. Friéguense los apurados porque se han perdido en
gol de la fecha, el gol del campeonato y el gol de la década que merece ser el
de la final del Mundial, y como dice el Comanche, un gol Maradoniano. Es que ya
todo el mundo veía el partido resuelto. Un tres a cero estaba recontra bien; y
hasta los mismos jugadores ediles se habían resignado a su triste suerte.
Pero
Ema está con la mecha prendida. Habilitado por Loba, Emanuel pasa en medio de
dos conos de entrenamiento (corrijo, son dos jugadores), sigue corriendo, se le
acercan dos soldaditos de plomo (perdón, dos jugadores más), los elude, lo enfrenta un
tronco con camiseta, lo gambetea, le sale al encuentro Rivadeneira, Emanuel
hace un queco de patear y el pobre arquero intenta bloquearlo, pero el 9 no
patea, sigue corriendo mientras el arquerito gatea desesperado. Por último, sus
dos últimas víctimas se quieren arrodillar implorando clemencia, pero está
escrito en el kipu de la historia del Gallardo que Emanuel va a seguir
dribleando a quien le salga al frente, sea un tigre, un oso, un tronco, un
policía o un juez de línea. Ema apunta, dispara y la mete entre los dos que le
querían hacer pan con pescado. Los locutores tartamudean ante los micrófonos, las damas gritan histéricas,
Víctor Hugo se traga el silbato, los jueces de línea se ponen los banderines
bajo el sobaco para aplaudir. Si este golazazazo se hubiera anotado al
principio del partido habría que cerrar el estadio, pero ahí nomás Victor Hugo chapa
el Pitágoras tan aturdido que sopla para adentro y corre a su casa para ver la
repetición de esta obra de arte tan brillante que hay que verla con anteojos
ahumados. Buenas noches.
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