Por Manuel Araníbar Luna
Dice un antiguo refrán que convertir un gol es un
orgasmo pero fallarlo es un coitus interruptus. El sábado, los rimenses
regalaron goles como si fueran candidatos al congreso. La hinchada pedía goleada, los comentaristas
más objetivos (son muy pocos) exigían más anotaciones. Condorito, rojo como
camarón de chifa, se mordía la nariz cuando fallaban oportunidades más cantadas
que el Waka Waka.
Los
celestes se enseñorearon en la cancha. Digamos que los muchachos de Salas se
metieron a la sala, al comedor y hasta el baño. Era un cuadro que se armaba desde atrás.
Sus movimientos fueron meticulosos y muy ordenados: marcaron, bloquearon,
contuvieron, quitaron, armaron, hilvanaron, llegaron, dispararon… hasta ahí
todo bien pero en la puerta del horno la fallaron, la embarraron, la regaron. Por fin, casi al final del primer tiempo metieron
una. Fantástico, un alivio para los pobres, un golazo de las grandes ligas.
Bacán, pero también deben meter las otras. O por lo menos la mitad de las que
se les presentaron: ocho claras y otras tantas yemas.
¿Qué se necesita para que la metan?
Primero, obvio, precisión. La tenían
lista, bañadita y perfumada en cama redonda con espejo en el techo pero la
mandaban contra los pobres fotógrafos como
sacudiendo la cerveza tibia sin espuma.
Segundo, serenidad. Se apresuraban
en fusilar como si se les estuviera escapando el tren eléctrico. Y no había por
qué apurarse porque esos cuatro de atrás eran incapaces de quitarle la pelota a
una niñita. Esos troncos con chimpunes eran
más lentos que un trámite de jubilación
Tercero, menos egoísmo, porque muchos
de los goles perdidos se deben a la glotonería. No hay que ser angurriento, se
debe mirar al compañero que viene acompañando y decidir quién está más a tiro
de escopeta. No pues, el buffet de anoche era para todos los celestes. Bien
dicen que hay que compartir, muchachos, como en el milagro de la multiplicación
de las chelas
Claro,
se dice que un delantero de punta debe ser egoísta, de lo contrario no hubiera
goleadores. Al Jet Gallardo, por ejemplo, se la jugaban en pared pero no la
devolvía ni con orden judicial. Lanzaba veloz carrera y la clavaba al arco
desde fuera del área. Así se hizo goleador. Y esto tiene su razón, en aquellos
fabulosos sesentas, nadie disparaba de lejos, por tanto, Gallardo era el único
jugador peruano que anotaba desde 35
metros.
Y regresando
al presente, hoy se les exige a los delanteros que levanten la cabeza y decidan
en un milisegundo si deben disparar cuando hay posibilidades de gol, y si no la
hay, habilitar al compañero.
Cuarto, menos vitrina. Hay jugadores a
quienes les gusta la cámara como torta de tres leches; quieren driblearse hasta
el banderín del córner, soñando despiertos con ver al día siguiente su jugadaza
repetida en la Fox y con ello figuretear para buscarse un contrato en Europa.
Es lindo meter un gol de taquito luego de driblear a cuatro adversarios con dos
huachas y un sombrero, pero esos goles se hacen cuando se va ganando cuatro a
cero y no cuando la cuenta es mínima.
¿La
solución?
Hay
varias, una de ellas podría ser pagar los goles a destajo. Gol que metes, gol
que cobras. Con esos premios, Emanuel y Gabo se llevarían la plata en
carretilla. Segunda, lo contrario, multarlos con una luca chola por cada gol
que se pierdan. Uf, más de uno se va a quedar debiendo plata. Tercera,
atornillarlos al banquito del olvido. Se les van acalambrar las nalgas de tanto
calentar asiento.
jajaja ke bvena tu cronica pero creo q nunka van a dejar de perder goles ni asi les pagen
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