Por Manuel Araníbar
Luna.
El Comandante y sus legionarios
celestes esperaban un partido que se jugara de dame que te doy, una batalla de cañonazos recíprocos. Pero Grioni no quiso pelear de igual a igual, porque sabía que
ambos equipos no eran iguales. Quiso bloquear a Gabo para cortarle las municiones al Tanque
Herrera. Y, al cerrarle la Vía Expresa, Cristal se atascaría como el tránsito de
Lima a las siete de la noche.
Un paraguas no hace
parar la lluvia…
Grioni
mandó a su gente a buscar el empate, y de ahí a ganarse con una que otra
pelotita perdida en salida para ver qué podía pasar. Y si no pasaba nada, durante toda la semana, por siaca, había
hecho ensayar penales a sus pupilos que entraron como paraguas para cubrirse de
la lluvia de ataques cerveceros, ignorando que un paraguas te tapa la cabeza
pero no los pies.
Su
juego se limitó a esperar, a enfriar, a tapar zonas, jugando con la ansiedad de los celestes, ante las tres tribunas repletas que esperaban el triunfo sí o sí. Y en esto último Grioni adivinó: los
cerveceros entraron ansiosos por anotar el gol madrugador. Y al minuto, el pítoman
le saca amarilla al Gabo dizque por lanzarse a la piscina. Craso error que le
obliga a mostrar tarjetas durante todo el partido con la ley de la
compensación, una endémica actitud de los soplapitos peruanos.
Hiperactivo como espermatozoide…
Si
querían maniatar a Costa a toda costa, y con ello matar de hambre a Herrera se
equivocaron. Cargoso como una pulga en el calzoncillo, hiperactivo como
espermatozoide, Gabo no se encasillaba en un solo lugar. Cambiaba de puesto, se
metía en diagonal mientras sus cancerberos lo perseguían como perros con
hambre. Y de hambre se murieron sus volantes porque, por tapar a Herrera y
perseguir a Costa, dejaron que los otros celestes entraran como les diera la
gana, triangulando, cuadrangulando, pentangulando (¿existirán estas
palabras?). El primer campanazo al área
del Morrongo lo dan los celestes tras pase en callejón de Josepmir para la Calavera,
que se la juega al Gabo (¿cómo, los rojos no lo iban a amarrar?) y
este define, pero la chancha da en el palo ante la expectativa de Emanuel.
Minutos después el Piki se la falla solito. Luego otra de Merlo, para no
creerlo, de mitra como sabe hacerlo, pero no la hizo: coitus interruptus. ¿Y la visita? Bien,
gracias, acurrucados en su cancha. Sólo una puya de Lliuya. Y Haro, en un
arbitraje nada claro, sopla el pututu y buenas noches los pastores, a
descansar.
Segundo tiempo.
Empezando
nomás, habiendo perdido varias en los primeros 45’, la ansiedad por mojar
transforma a los celestes en lobos hambrientos. Un centro de Ballón no es
alcanzado por Calca, la bola da un gigantesco bote que Herrera quiere definir
con el chimpún en alto que roza a Pinto. Esto le sirve al Gato para tirarse al
piso, ronronear y hacer la revolcada del reloj malogrado (más tarde en TV vimos
al Comandante -que no esperaba que la errara Herrera- pasearse como león encerrado
en la urna de cristal y lamentando que
Emanuel no la haya metido de palomita).
Luego, el Gato, que se quiere convertir en figura inviolable, rechaza un
venenoso tiro libre de Gabo.
¿De dónde salió Renzo?...
Tan
seguidas son las embestidas de los rimenses que alguna pelota tiene que entrar
a la bolsa. Ballón (casi todas las jugadas de peligro salen de sus chimpunes)
mete un obús bombeado que rechaza
Colombo a los pies de Gabo que se la
juega de zurda al Piki, y este mediante una huacha se la envía al Chancho Renzo quien, nada
menso, la mete, para variar, usando también la zurda, despintado a Pinto que
hasta ese momento había sido la codiciada quinceañera virgen del partido. Uno a
cero. Explosión de júbilo en las tres tribunas. Y si todas las llegadas valieran
sólo medio gol, los celestes estarían ganando por lo menos 3 a cero. En la
tribuna la gente se pregunta de dónde salió Renzo para meterse por la
izquierda. No interesa, la pomada es que
Renzo la metió y no me pregunten si domina la pierna izquierda y si los
chanchos vuelan. Gol del Chancho y se acabó.
Pero
el partido no se acaba. Más tarde, Emanuel se pierde dos claras y una yema.
Loba se pierde otra. Por lo visto, todos querían perder su gol. Esta es una noche de regalos para el Gato.
Contemos: Flavio se perdió dos, Costa una, Piki otra, la Calavera una, el
Tanque tres. Y hasta Merlo se había perdido una de cabeza.
¿Y
a todo esto, cuántas llegadas ha tenido la visita? Sólo dos, una en el lonche y
otra en la cena, y nada más. Lliuya no hizo ni yaya, Deza tendió la mesa,
Corrales se acorraló, Cleque hasta el queque. Y Neumann, impotente, le clava
los toperoles a la cadera a Piki para ganarse el premio mayor a la estupidez: la tarjeta del color de su camiseta.
Reclamos, histeria, reproches y caras de “¿Y
yo qué hice?” La verdura es que hay que ser recontra conchudo para alegar
que una patada a la cadera es un gesto de cariño. Casi al final, Ballón pisa el
palito y cae en el juego de un huanca; con ello se gana la roja. No obstante,
ya todo está consumado y Grioni consumido. Luego Haro se sopla los mocos y dice
chau. Buenas noches.
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