Por Manuel Araníbar
Luna. @squinaceleste
El
amor al equipo cervecero es así. Una tarde después de un triunfo saltas en la
tribuna como en cama elástica y llegas afónico a casa, agotado pero contento. Eso
te sucedió tras el triunfo en Piura.
¡Maldición!...
Días
después, cuando tu equipo pierde, despotricas, le encuentras todos los defectos
del mundo y descargas todo tu vocabulario prohibido, revientas de cólera y al
día siguiente no quieres ni ver la repetición de los goles en programas
deportivos. Te ocultas de las malditas cachitas de los malditos compañeros de
trabajo que son hinchas del maldito equipo rival que —¡maldición!— nos ganó en
esa maldita tarde en que todos los jugadores de tu equipo jugaron como malditos
amateurs. Esto te pasó luego del partido que perdimos de local ante el equipo
matutero.
Todo
ello desaparece a la siguiente fecha cuando tu equipo gana, jugando mal pero
ganando, haciéndonos sufrir pero anotando, regresando al trabajo con una
sonrisa de Hollywood. Claro, les encuentras errores pero anotaciones borran pasiones. Y les perdonas sus fallas, les retiras
las mentadas de madre, y hasta eres capaz de tomarte un selfie con el jugador
que fue blanco de tus insultos tribuneros tras embarrarla en el partido que te
hizo perder tres puntos. Esto te sucedió ayer.
No sé quién y los no
sé cuántos toques…
Nos
gustó el segundo gol (sin soslayar el primero) porque fue un trabajo de equipo.
Una serie de toques que dejaron como palitroques a toda la defensa comerciante:
De Aquino para Ramúa, este a Revoretor, que se la suelta a Rojas. El Alexis pedalea
la bicicleta, rompe al marcador y cuando este se recupera lo vuelve a romper para
servírsela con hielo y cañita al Irven y este para Ramúa. El Chapu se la juega
a Ray quien hace un sombrerito a ciegas para el Irven que la empara con el
muslo y sin que la pelota llegue al barro la cachetea a la izquierda mientras el
arquero se lanza a la derecha. La bolsa infla sus cachetes y el Irven abre los
brazos festejando su orgasmo en el repechaje con los cáñamos. ¿Qué tuvimos que
hacer? Saltar y gritar.
2 a 1 de visita, ¿A
nada?
Y
el optimismo del día siguiente se va diluyendo cuando ponemos los pies en la
tierra porque descubrimos que muchos hinchas después del partido se quedan con
la convicción de que los cerveceros, aunque no jugaron bien, se trajeron los tres
puntos. Eso es explicable en la mente de un hincha pero no es justificable en
el estilo de un equipo
Se
valora la victoria porque volvieron a la cumbre del Huascarán gracias al
triunfo en una cancha con unas champas que parecían las calles bombardeadas de
Palestina. Nos dio un gustazo ver otro gol de cabeza de Revoredo, el amiste con
el gol del Irven (aunque se perdió otros dos facilitos); el deseo de romperla de
jovencitos como Rojas, Aquino, Abram y Chávez, pero, pero, pero…
Pero
también nos preocupan las indecisiones de la defensa, sus desencuentros y falta
de comprensión, su deficiente aplicación de la trampa del fuera de juego, su
ingenuidad para perder bolas en los centros. Seguimos renegando por la cantidad
de goles que regalan los delanteros en cada partido. Nos sigue persiguiendo el
fantasma de la próxima fecha. Nos sigue preocupando ese conformismo del equipo que
se resume en una frase de mansedumbre, de resignación:
—Ganamos con las
justas, ¿A nada?
Nos
preocupa ese peor es nada de toro
castrado que se está enquistando en
un equipo que jamás se contentaba con menos de tres goles. Nos angustia ese peor es nada de tigre desmuelado, de
ganar con lo mínimo que nos ha costado ya algunos empates en el último minuto.
Un virus
indestructible…
"Bah,
para qué rompernos la mitra hoy que estamos en la punta", dice uno, pero
los hinchas nos conocemos. Sabemos que la preocupación no se va a terminar
nunca, querido hermano celeste, porque hincha que no sufre no es hincha, a las
justas es un simpatizante más de esos que sólo preguntan cuándo van a jugar y
al día siguiente preguntan cómo terminó el partido.
Así
es el amor a la celeste. Se sufre pero se ama. Se quiere pero se critica. Se celebra
pero se duda. Ese amor del hincha por la
celeste es una obsesión que te hace postergar citas y cancelar contratos, tirarte
la pera aún en fecha de exámenes, preferir las dos horas en el estadio en lugar
de otras tantas en un telo, saltarte las comidas, picar a tus conocidos para
poder pagar tu entrada; olvidarte en la tribuna del sol achicharrante del
verano, del frío y la garúa que te entumecen las piernas y el trasero en
invierno, del regreso a casa estrujado como sardina en la coaster.
Pero
vale la pena, pues. Así es el hincha. Hasta el sábado.
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