Por Manuel Araníbar Luna
El Chapulín Colorado naka porque no juega ni canicas. Los
sabelotodo del fútbol declaran que
cuando se pierde puntos valiosos queda como recurso la ley de las probabilidades.
Pamplinas, la calculadora ayuda en el papel pero no en la cancha. Ahora a los cerveceros sólo los salvan las matemáticas, pero suponiendo que la Providencia
se apiade de La Florida, el siguiente paso será mucho más difícil de remontar.
Un millón en la Antártida…
Los
colombianos les obsequiaron el medio campo y la iniciativa. Gracias. De nada y
por nada porque nada se hizo, y no porque no se podía. Sí se podía porque
Cristal se agarró la cancha y la pelota
como que era suya; pero para qué si no sabía qué hacer con ellas, que es como
tener un millón de soles en la Antártida y no encontrar dónde y cómo y en qué
gastarlos, salvo pescados enlatados para pingüinos emperador.
El
larguirucho Diego Alonso bajo los tres troncos respondió bien a las
expectativas. Supo barajas un par de tiros ponzoñosos. Algunos le culpan de
arrojarse demasiado rápido en el penal. Pero vamos, muchachos, el penal es una
ruleta loca: al que le toca le toca y el arquero que la toca la saca.
Los de la
defensa, a diferencia de otros compromisos tuvieron sólo un error que a la
postre resultó grave: fue el penal. Luego, una que otra fallita con la que
podían pasar con nota 11, porque los fouls que se cometen lejos del
cajón son pecados veniales, pero faulear dentro del área es como para
irse al infierno con pasaje de ida nomás y sin ningún sencillito para el
retorno.
Luego,
al medio todos bien, armando juego y entrando
en diagonal y bloqueando, salvo una que otra escapada de los velocistas rayados.
A veces, claro, se tropezaban con cualquiera de los once verdolagas que se apiñaban
en su área. Pero el planteamiento era bueno.
La prueba radica en que llegaban, claro que con algún estorbo y sitiados de
palitroques rayados por todos lados, pero de que llegaban era muy cierto.
Los arcos que caminan solos…
El
problema de Baldor esta vez era
adelante. Llegaban al área de los rayados y no sabían qué hacer. O bien se
atragantaban con la bola cuando querían hacerla solos para llevarse la fama, o
esta les quedaba tan incómoda como dos chimpunes izquierdos. Normal, nomás, a
cualquiera le sucede. Pero a la hora de la definición parecía que les movían el
arco de lado o de adelante hacia atrás. Además no se atrevían a probar de
lejos. Recién en el último cuarto de hora del compromiso se les ocurrió patear
de lejos pero sin quáker ni dinamita, unas pataditas de adolescente anémico que
las podía atajar hasta un bebé en andador.
Ahora
sólo queda aplicar aseptil celeste cicatrizante a las heridas y enfocarnos en
el descentralizado. Más náa. Buenas noches.
CODA.
Tarea
para la casa, repetir cien veces el undécimo
mandamiento de las tablas de la Líber:
“No debo cometer infracciones
dentro del área”.
Y
de pasadita, el duodécimo mandamiento:
“Si no puedes anotar de cerca
prueba de lejos”
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