Por Manuel Araníbar Luna
Si el postre está soso hay que
ponerle dulce
Y si no hay azúcar hay que poner a Súccar.
De primera
intención uno regresa y encuentra a la nuevas contrataciones confundidos con
los chibolos e imaginando lo bueno que se puede rescatar. Siempre tras una pretemporada
los jugadores entran duros, tiesos, pasados de revoluciones. Y sobre todo ante
la hinchada ansiosa que luego de dos meses sube a la tribuna preguntándose qué
pasará con los nuevos aportes, qué harán los chibolos promocionados, si se
llenará el estadio, y si los recién llegados serán bienvenidos por los hinchas
celosos, reacios a todo lo que huela a transfusión de sangre de equipos rivales.
Como la
hinchada ya conoce a los celestes de años pasados uno ya imagina cómo van a
rendir o por lo menos sabe a qué falencias atenerse. Soso ya había pregonado a los cincuenta micrófonos que este año jugaría
con las filas adelantadas y las uñas afiladas, siempre hostigando, presionando
bien arriba y con ataque más que veloz (al estilo Vivas). Sabias palabras,
aplausos y bendidiones, pero ayer, al
menos en el primer tiempo, el estilo Soso estuvo perezoso, enredado, nebuloso.
Todas las líneas, todas…
En la línea
que es la que nos causa insomnio, una defensa de tres con el añadido de Piki
como líbero no tenía trabajo. El Mudo con la Watanabe reducida unos ocho kilos en
la pre, anduvo más ligerito aunque no saltando tan alto como antes. Por la banda
zurda, Jair se daba maña para abrir trocha. Penny solo tuvo un sobresalto ante
un cañonazo traicionero que sacó con las uñas. Además salvó un blooper del Piki
en una bola que se la entregó tan fuerte que pudo convertirse en autogol.
En el medio
campo, siempre eficiente, Ballón, con más velocidad (y vellosidad) jugó de Piki,
acompañando, cortando avances en un don de ubicuidad ya conocido por todos.
Loba, aún restablecido de la lesión que lo alejó de los playoff, aún parecía
algo duro, como jugando con chimpunes de robot. Eso sí, sus tiros libres
crearon peligro. Calca, más movedizo, hizo muy buenos cambios de frente, apoyando
el flanco derecho y tapando zona. Pasecitos laterales, paredes cortitas y la
bola de aquí para allá y de allá para acá aunque poca profundidad como en piscina
para niños, salvo los escapes de Ramúa y
Céspedes por la izquierda, pero cero balas para el centro delantero y una
siesta por derecha donde Revoredo no se proyectaba aunque por su lado no pasaba
ni un alma.
Terminado el
primer tiempo el hincha notaba que el equipo estaba jugando como el apellido
del DT, soso, insípido, sin tuétano, frío como una raspadilla sin jarabe. Luego
de del pitazo de los 45’ la hinchada, con el trasero adolorido, ya se estaba aburriendo
de estar seis horas en el estadio. La hinchada quería cambios.
Segundo tiempo.
Vox populi,
vox dei. Y Soso cambió. Sí, cambió todo el equipo, que esta decisión, para un debut ante la hinchada es más que arriesgado
que patinar sobre aceite. Pero, lecherazo Soso, el equipo no patinó. Más bien
agarró velocidad. Entraron todos los pichones, algunos recién egresados de la
secundaria. Y el hincha se preguntaba “la embarrará Soso?”, “¿y si ahora nos
meten de a tres?”.
Entonces aquí
lo que se le criticaba al Turco: ¿y cómo vas a foguear a tus chacales si no los
pones a jugar contra gente avezada? Un equipo puede jugar mil veces contra el once
sub-18 de Cantolao pero no va a recibir su título de canchero hasta que no se
agarre a los guadañazos contra jugadores mañosos como los yoruguas. Por esa
parte Soso arriesgó y no le fue mal. Del equipo tan soso del primer tiempo se
pasó a jugar no muy bien, pero sí ganoso, con mucho entusiasmo, gritándole a
los titulares “¡aquí estoy yo!”, bajo
la batuta de Pincel, el aporte de Irven, y otros jóvenes que ya han pisado estadios llenos en el primer
equipo. Pero sobre todo con más velocidad, con mejor traslado, sin mucho chiche
pero con más verticalidad. Por supuesto que bastante desordenados pero con
ganas de hacer trabajar al pata del tablero electrónico.
Una cucharada de Súccar…
Y la
oportunidad llegó con un córner del mago zurdo del chimpún de seda que no la
lanzó bombeada y al ollazo buscando una mitra perforante sino con una especie
de buscapié a media altura, de esas que se meten al cuartito chico donde
cualquiera la puede empujar. Súccar y Abram se metieron por el centro a todo
cuete. Esa bola tenía que entrar y entró porque si no la pescaba Alex la
pescaba Abram. Y Alexander Súccar, bien cargado a la sacarina y a la stevia, la
empuja para hinchar el bolsón de la malla, azucarándole la noche a Soso y a la
hinchada. Uno a cero bien merecido porque pusieron iniciativa y llegaron mucho
más al área que los tíos queridos del
primer tiempo. La hinchada vuelve a cantar.
Curva de plátano bellaco...
Pasan los minutos pero en la cancha ya no pasa nada. Prosigue la abulia.
Otro foul al lado derecho del área. Sopla el señor Bigotes. Y todos miran a
Pincel. Lógico, él y nadie más que él es propietario las llaves de las puertas
del gol. El Renzo aguaita de reojo como loro mañoso y la lanza con su famosa
curva de plátano bellaco que golpea al tronco pidiendo permiso a las hormigas,
y la bola se mete hasta el dormitorio antes de que llegue el pobre Cristóforo a
preguntar quién está tocando. Dos a cero y empiezan los chiches, los oles y las
cachitas. También arrecian las patadas hasta que un foul casi al borde del área
celeste le da la ocasión a un tiro libre que ejecuta un uruguayo como diciendo “yo también pateo como Pincel”. El chanfle
deja estático a Grados. Dos a uno, Bigote de Brocha sopletea y la gente se va apurada
a casa porque está bien que haya seis horas de noche celeste pero el estómago
también quiere lo suyo. Buenas noches los pastores.
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