Por Manuel Araníbar
Luna
No
es nuestra costumbre llorar las derrotas y mucho menos buscarle veinte patas a
la oruga. Tampoco tratamos de empequeñecer ni soslayar los triunfos ajenos: esos son usos y recursos de
las comadres de la acera de enfrente.
En
primer lugar, reconozcamos que el once del Rímac jugó mal. Lento y previsible hasta
la desesperación, sin atacar con sorpresa, lo cual es ya una constante, y para
nadie es un secreto que el motivo de este atortugamiento es la seguidilla de partidos.
Además, la defensa adelantada, que no nos parece mal cuando se aplican estos movimientos
en línea y con rayo láser y con mayor razón cuando un equipo va perdiendo. Pero
para adelantarse hay que hacerlo con orden. Otrosí decimos, esa defensa era un portón
de mercadillo de frutas por donde podía pasar un camión con la llanta baja sin ningún guachimán que lo toque, tal
como hace ya buena tanda de goles que les anotan los rivales de turno. Además
los goles en offside se los han hecho siempre con el Vo. Bo. (también puede pronunciarse ‘bobo’) de su señoría el juez, pero
para qué enumerarlos si el sólo hecho de mencionarlos es una patada al hígado, y
repetirlos en video un motivo para romper la pantalla a punta de hachazos.
La ayuda de un
comodín…
En
verdad afirmar que el excelentísimo don Santi nos ganó el partido es sólo mencionar
el cincuenta por ciento de la idea porque los celestes hicieron mucho por
ganarse solos. Y no por falta de compañones, porque la sangre guerrera celeste se
bombeó del corazón al cerebro luego de la expulsión de Paolo sino porque todas
las salidas rimenses se disolvían en agua tibia disparando con pistolitas de
fogueo. Los rimenses pusieron ganas pero atacaron aquejados de miopía. A la
valla del arquero de Matute sólo llegaron un par de pelotitas desnutridas. Es que
los celestes tocaban y tocaban, salían bien pero sus incursiones se perdían como
pericotes en laberintos de prueba psicotécnica, mientras los del frente se
acurrucaban en su cancha como si ellos fueran los visitantes con un hombre
menos. Pero así es el futbol, en realidad ellos estaban segurísimos de ganar
porque estaban jugando con la ayuda de su comodín: ¡tatatatáaaaaannn!
El tremendo juez.
Este
hincha de Matute conocido como Señor Bigotes validó un gol en offside, expulsó
a Paolo, se hizo de la vista chancha con las infracciones de los matuteros,
cobró penal por una falta que no fue falta y que para colmo se suscitó fuera
del área. Es decir, arbitró mirando por un
solo ojo a un solo lado de la cancha y sopleteando por un solo cachete. Más parcializado
ni el juez de… bueno, mejor no hablemos de política.
En
fin, son cosas de los arbitrajes del futbol peruano tan proclives a ayudar a
las comadres que le deben a la SUNAT. Y es
que tan mal andan las pobrecitas que ni siquiera con una ayudita pueden
campeonar. Si quieren un título así para
el otro año van a tener que comprarlo en Azángaro, que es La Meca para ciertos
árbitros. Y la próxima copa que se la
vayan entregando de una vez, no vaya a ser que sus dirigentes la lleven a casa
de su querida, como suele suceder en esos predios.
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