Por Manuel Araníbar
Luna
Desde
el silbatazo inicial el hincha presentía
que el partido iba a ser difícil, y esto debido a que casi todos los visitantes
siempre vienen al Gallardo con el mismo
libreto: a poblar el medio campo, apiñarse
en su cancha y a lanzar esporádicos contragolpes para ver si algo sale. En otras
palabras, vienen con el tatuaje del empate en el cerebro. Y no los culpemos, es que saben cómo juega Cristal en su propio
patio.
Los
celestes dominan las acciones pero la desesperación le quita la finura a la generación
de ataques, el pelotazo como insulto al juego de toque. De que se llegaba se
llegaba, pero lo hacían mal, estorbándose, desacertando en el último toque, el
de la definición. Se desbordaba por las
puntas, se centraba rasante pero cuando se estaba al 99 por ciento del tiro final,
las gargantas ahogaban el grito de gol. “Paciencia,
ya llegará el gol” nos dice Lucho Oyola.
Pero pasan los minutos y el gol no llega, no llama, no se aparece, se niega a
entrar al Gallardo.
En
esporádicas ocasiones se repetía el 11 y 20 y el 20 y 11, que no se refiere a
la hora sino a la consecución de las jugadas. Desbordaba el Chapita y centraba para el mitrazo de Ávila. Y viceversa,
centro del Irven (11) y mitrazo de Chapita (20). Así se pierde una clarísima ocasión
en la que blanco mete la mitra pero la
bola zumba lijando el travesaño. Piña, piña al mango.
Segundo tiempo: piña
al cuadrado.
La
visita se agranda y no sólo traba los ataques florideños sino que empieza a
meterse por las puntas. Esta vez la defensa se bate con todo. Ya hemos mencionado
lo piña que estaba el equipo. No les salía ni una de chacra. Y como no había fútbol,
el Turco hace entrar a Renzo. Pero con el Pincel en el campo, el equipo no pinta
ninguna acuarela. Más piña aún, el silbatero le enseña la red card a Josué, porque
pegó y se fue.
Y
las cosas que tiene el fútbol, el equipo que cree en sí mismo se crece en el
castigo, y hambriento de triunfos, sediento de puntos y ansioso de trepar las graderías de la victoria para regalarnos la
gloria de la estrella 18, la tan ansiada torta del aniversario 60, las pelea todas.
Quedan diez jugadores pero el equipo -lejos de apagarse o acurrucarse- se
recompone. Es que si se quería seguir
escalando había que tirar la soga,
enganchar y treparse como sea para pelearles la ansiada presa a los de arriba. Los
rojos hacían amagos de llegada pero no
contaban con la astucia de la defensa rimense recompuesta con Cazulo en la
línea de fondo y el apoyo de Ballón que se
multiplicaba por todo el campo con el mismo fuelle y la misma bravura de Piki. Loba bajaba a apoyar y hasta el mismo Chapita
ponía el hombro para sacar al once de la Florida de ese atolladero.
¡Loba, qué estás haciendo!
Y
los celeste insistían en llegar pero con un desorden absoluto. Ya habíamos
dicho que Chapita no la podía meter pero no sólo estaba poniendo el hombro sino
que también las peleaba todas a codazos,
a zancadillas y al pecho a pecho contra los recios marcadores del Mantaro. Y en
una de esas jugadas desordenas, lo salen barriendo, para desgracia de Pinto (¡pobre
Pinto). Silba el soplapitos y todos voltean a mirar a Loba que no acepta que se la quiten.
El capitán mide, reclama al árbitro que la barrera está adelantada, apunta,
conversa con Pincel, cuenta hasta tres, desengatilla y la pelota se mete en
arco haciendo una curva de plátano palillo. La tribuna estalla y… mejor
describiremos este gol en otra nota, porque lo merece, porque los que le ponen
música a la bola merecen una nota diferente.
Luego
del lobagolazo, los wankas se recomponen y los celestes se defienden con hachas, machetes y cachiporras. La visita desesperada se dedica a mandar pelotazos a
la olla, pero esta vez (y esperamos que así
sea siempre) la defensa es un tanque blindado que las saca todas. Son diez celestes que pelean multiplicándose como si fueran quince
contra once rojos. La verdad que en esta
tarde la defensa sí cumplió, sobre todo por alto, salvo una que otra fallita en
salida, alguna desinteligencia, un par de rechazos a los pies del rival, pero
nada de real peligro.
Y
así se termina el partido, con el angustioso rezo del hincha para que el
árbitro lance el último suspiro de una vez por todas. El tremendo juez se
aburre y sopletea sin ganas. Y todos los celestes suspiran por estos tres
puntos que se ganaron sin jugar bien pero con la actitud de quienes quieren
alcanzar a los primeros del tablón. Buenas noches.
las gayinas y cagones se mueren por tener a loba. fuera mierdas, loba es celeste carajo
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