EDITORIAL
Intuíamos
que iba a suceder. Fatalmente sucedió. Una vergüenza. Y no nos referimos al
decepcionante empate contra Táchira.
No, sucedió lo que se veía venir, hermanos
barristas en bronca en las afueras del estadio. Ya se habían insultado en la
tribuna. Y si este comportamiento fue reprobable mucho peor fue que se agarren
a pedradas en las calles. ¿Qué quieren, que nos vuelvan a castigar? ¿Sólo así
estarán tranquilos? ¿Para quién están jugando, para el enemigo?
Los medios
chicheros, acostumbrados a vivir de la carroña -metiendo a todos en un mismo
saco y comparándolos con las hordas lumpen de otros equipos- se despacharon describiendo a los barristas rimenses
poco menos que como salvajes.
Años maravillosos...
Años maravillosos...
Qué
lástima. Observamos una y otra vez las postales de los noventa y vienen a nuestra mente los hermosos tiempos en que la barra celeste era un solo puño, cuando repletábamos
la tribuna, cuando saltábamos todos
juntos y cantábamos a voz en cuello un solo himno. Pero la historia de Huáscar
y Atahualpa se vuelve a repetir.
Y
volvemos a remachar la pregunta que parece no tener respuesta positiva:
¿Hasta
cuándo?
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