Por Manuel Araníbar
Luna
La ceremonia estuvo estupenda pero hubo unbache, la voz del presentador de la noche
celeste se escuchaba estridente y con mucha resonancia. En algunas partes de
las tribunas no se podía entender lo que decía el locutor. Los hinchas se preguntaban
unos a otros: “¿qué dijo el locutor?, dímelo tú porque yo no entiendo nada”.
Una babel celeste...
Al
promediar el partido la gente se preguntaba algo parecido. “¿Qué les dijo Ahmed?
¿Qué ha planteado? Dímelo tú porque yo no entiendo nada”. Los jugadores estaban
confundidos porque nadie se entendió con nadie. El cuadro celeste era una babel
de once lenguas distintas donde reinó la confusión y el desorden.
Toda
zaga necesita un guía, un back que los alinee, que ordene a los de atrás con un
“sal tú que me quedo yo”, sin embargo – ya lo dijimos- no hubo comunicación. Una cosa es
tener ganas de ganar, pero hay que tener con qué, cómo y cuándo y -si te pones
exquisito- dónde.
Ganas
hubo, por lo menos en el segundo tiempo. Pero las ganas no alimentan, tampoco
el entusiasmo. De este sí sobró bastante, sobre todo en el segundo tiempo. Pero
faltó lo que hemos puesto en el título:
La manija.
Las
llaves de la máquina, y por ende el timón se la encomendó Ahmed a Calcaterra y
al Maxi Núñez, pero Calca no fue el calco de otras felices ocasiones y el Maxi
se fue convirtiendo en mini hasta desaparecer del campo. Leguizamón puso entusiasmo
y vergüenza futbolera al igual que sus paisanos, pero no había quién administrara los balones. ¿Resultado?
Uno a cero en contra en el primer tiempo. ¿Por qué se ahogaron las filas
celestes? Porque los ecuatorianos poblaron el medio campo, mordieron en todas
partes y se pegaron (y además pegaron fuerte) tanto a los celestes que no se
vio armado ni ensamble. En resumen, sobró entusiasmo pero faltó cohesión.
Segundo tiempo,
sangre joven.
El
locutor debería haber anunciado “Atención, cambios en el equipo celeste: salen
diez y entran diez”. Algunos hinchas, recontra amargos exageraron la nota hasta
la pared de enfrente: “que cambien a los veintidós y también al DT”. Pero no es
para tanto, si no hay armador, hay que jugar con lo que se tiene. No obstante, estos
muchachos del segundo tiempo pusieron mucho más ganas, aunque jugaron igualmente
desordenados. Algunas veces se atropellaron, por momentos chocaban unos con
otros. Pero al menos causaron cierta preocupación a los visitantes.
Cossio
no la descosió pero se proyectó con valentía y señorío, como si el titularato
le perteneciera, y hasta se atrevió a probar puntería. Aquino quitando aquí y
armando allá; Ray Sandoval fue un pequeño rayo en la misma tónica, luchando
para destacar, sin temores ni inhibiciones ante el rival golpeador y la
exigente hinchada.
Mas
la defensa en la segunda parte también estuvo descoordinada. En realidad
todas la líneas lo estuvieron. Pero una falla en la defensa es gol. Menos mal
que Penny y Araujo salvaron varias. Entonces ¿qué quedaba? La inspiración, que
se presentó en la figura de Júnior Ross, el hombre clave de los contragolpes
celestes le puso su rúbrica al empate.
Habíamos
hablado del entusiasmo. Pues este mismo ingrediente fue el que los perdió. Creyeron
que si metían una metían dos. Junior la perdió por demasiado entusiasmo. Los de
atrás creyeron que al empatar también se podía ganar. Y se les dio por el lujo
cuando lo que tenían que hacer es asegurarla.
Un
consejo...
Muchachos, se juega de lujo cuando uno está ganando por lo menos por
tres a cero. Y aun así el lujo, cuando es necesario, se hace bien adelante y no
atrás. Un error en la zaga es un gol.
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