Por: Alberto Benza
Dicen
que después de los cuarenta los hombres tienen el rostro que se merecen. A unos
ni se les nota. No obstante, el tiempo implacable deja profundas huellas en el
rostro de otros. Una de sus víctimas es Horacio, “La Pepa” Baldessari, cuya
frente tiene tantas arrugas que no se pone la gorra, se la atornilla.
Personaje dicharachero y carismático. Baldessari, es un hincha confeso del Sporting Cristal. Querido por todos los celestes, tan identificado con el equipo de La Florida que una noche por TV mostró la camiseta celeste y afirmó rotundamente “esta es mi piel”. Asimismo, fue quien apoyó al Extremo Celeste desde sus primeros días, colaborando con los cánticos y saltando codo a codo con la fanaticada celeste. Mayor cariño es imposible.
La Pepa Baldessari
tiene imán para las anécdotas, le suceden tantas que pareciera que las
inventara. He aquí una de ellas.
Corría
el año 2004. La Pepa era comentarista en el programa deportivo de TV
de Trisano y Navarro. Yo colaboraba en la revista Sentimiento Celeste, la cual
era la sensación entre los hinchas del equipo rimense. Juancito Julca me dio un
encargo.
-Por
favor, Beto, ve a la casa de la Pepa y entrégale este ejemplar del
último número de la revista. Ya hablé con él. Te va a recibir.
Era
para no creerlo: iba a visitar a la Pepa, un ídolo celeste. Para un
periodista hincha del Sporting Cristal es todo un acontecimiento. Se
trataba de algo tan importante que no quería que nada ni nadie me interrumpa.
Desde horas antes preparé mis avíos, cancelé citas, modifiqué horarios,
postergué tareas, apagué el celular.
Ya
por la noche me apersoné a su casa en San Borja. Caminé por las calles llenas
de altos árboles cuyas sombras oscurecían las veredas. Primer descalabro: por
la emoción había olvidado mi cámara. Pero ya estaba frente a su casa, no había
punto de retorno. Toqué el timbre. Abrió un personaje en jean y polo celeste,
con el cabello largo, de un castaño que destellaba con las luces interiores de
su jardín.
-
¡Pepa, que gusto! – me adelanté y le dí un abrazo.
-¡Qué
le pasa, joven!
Era
su mamá, que me miraba frunciendo el ceño.
Cuando
salió la Pepa, que había escuchado la conversación, me lanzó las palabras
que yo ya esperaba.
-¿Pero
ché, sos boludo o qué?, ¡Andá a ponerte anteojos, salame!
¡Pero
qué culpa tenía yo de la poca iluminación de las calles de San Borja! Además,
nadie podía imaginar que el rostro de la Pepa tenía muchas más
arrugas que el de su querida viejita. (aproximadamente mil doscientas más), a
tal punto que la señora, ya en la comodidad de su sala, parecía hermana menor
del goleador rimense.
(Tomado
de El Portal Celeste - elportalceleste.pe)
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