Por Manuel Araníbar Luna
La
hinchada celeste esperaba este partido con ansias, masticando furias,
murmurando venganzas, guardando saliva, cuidando las cuerdas vocales.
Había que
desquitarse del juego sucio, de los golpes bajos, de las más sucias burlas, de
un vergonzoso triunfo por W.O., de declaraciones de la más insana envidia por
parte de pasquines chicha que lanzaban basura con ventilador.
Lavar el honor con goles...
Todas esas ofensas
–como diría Vallejo- se fueron empozando en el alma de los cerveceros de la
tribuna y de la cancha. Había que lavar el honor con goles. Los
simpatizantes celestes llegaron al Gallardo
preparados para enronquecer, guardaron energía para gesticular, para ondear brazos, banderas y camisetas de
todos los tonos del celeste, para romper
graderías a punta de atléticos saltos.
Y
llegó el día del desquite. Algunos lo llaman venganza pero esta palabra tiene
un fuerte aroma a “ojo por ojo” y los
celestes de ley no tienen esa palabreja en su vocabulario. Se trataba de un
partido de fútbol que se iba a jugar en cancha. El apoyo tenía que venir –como
que vino, y con creces- de la tribuna. Para ganar este partido tan esperado se tenía
que jugar no sólo con furia, había que usar la inteligencia, la viveza.
La viveza del Irven
Y
precisamente con una chispa de viveza se encendió la mecha que hizo explosionar
cinco veces el arco visitante. El Irven fue el causante del penal. Es que sabe
que el Cuto es el jugador más aspaventoso del futbol peruano y que cree que
levantando la pata metro y medio va atarantar a los delanteros. Asustará a
los bebitos pero a los celestes Nika. Irven demostró que no le teme a la pata en alto,
metió la cabeza y el penal lo definió Marcio. Más tarde este mismo jugador
rompió cinturas por la derecha y se la sirvió al pie. Tan justa le quedó al Irven,
que se le enredó en primer disparo y recién al segundo intento hinchó las
drizas con un violento patadón. Era la furia contenida que dicen los psicólogos
que hay que hacerla desfogar con cualquier objeto a la mano. La pelota estaba a
sus pies y pagó pato. Dos a cero y Petróleo ardía como una lámpara. No sólo por
el sol sino por el papelón de sus pupilos (y el de él mismo que se tenía que
tragar sus palabras).
El
partido se avizoraba fácil, se veía llegar la sarta de anotaciones se anunciaba
como en los comerciales: “!ya viene la goleada!”. Pero al retorno, entraron
tan, pero tan confiados en el triunfo que el visitante anota un gol mientras
todos, incluida la tribuna, echaban una siesta. Ese fue el campanazo de alerta
que necesitaban los celestes que hasta
ese momento habían cedido posiciones. Pasaron minutos dramáticos, se colaba la
incertidumbre, había más imprecisiones que logros, se multiplicaban las
infracciones dentro del propio campo, y muy cerca del área. Se extrañaba al
organizador, al capitán Lobatón. Pero
había que ganar con lo que se tenía a mano. Es entonces que Alexis Cossio que
ya agarró confianza, se escapa por la izquierda, mete otro centro medido, no como
para un cabeceador robafocos sino a 1.70m, justo donde llega la frente del Irven
y este se la clava sin sentir una pizca de pena. 3 a 1 y la euforia retorna a
las tribunas.
Pero
Garay se sentía en deuda por los reclamos de los cusqueños, se sentía culpable
porque ya le habían dicho por celular que el penal del Cuto el noble bruto había sido
dudoso. Y empezó a ponerle al Sporting todos los fouls habidos y por haber. Sanciona
penal en una jugada que jamás ningún árbitro cobra. Con ese mismo criterio, en
cada centro al área se debe sancionar penal. Y la visita descuenta, 3 a 2. Otra
sombra de duda a pleno sol del medio día y la comunidad cervecera se saltonea.
Periquito Pim Pim.
Entonces el Periquito aparece. Y no es una frase hecha. Aparece de verdad
el perico pericotero que había estado impreciso, empecinado en pasar a través
un cuerpo y no sortearlo. Apareció con dos chispazos, que si tan sólo los
hiciera en cada partido quedaría inscrito en la galería de la fama de los artistas
del Perú.
Ya
lo había ordenado Vivas, había que contragolpear. Entonces arranquemos desde más atrás, desde la línea
del área celeste. Desde ahí empezó la espectacular carrera de cien metros
planos de Júnior Ross que fue quien se la cedió gentilmente a William que galopaba
en segundo lugar. Chiroque se dio autopase hacia la derecha y con ello quebró a
uno, enganchó hacia la izquierda y quebró a otro que llegaba sin frenos, amagó
patear y el arquero se lanzó a una piscina de pasto. Se la jaló con movimiento
de cintura y la añadió de zurda en un tiro que casi se va por encima del
travesaño. La gorda entra contenta al arco por las caricias del perico. Las redes se niegan a soltar la pelota. ¡Pero claro, esa pelota había que guardarla en el museo sin lavarla! Hubiera sido injusto, íbamos a gritar “!tanto nadar para que la
chancha muera en el río!” Pero la tarde estaba demasiado linda como para desperdiciar
el cuarto gol. Muchos lo gritaron hasta enronquecer por la consecución, porque
se volvía a sacarle dos goles de ventaja, porque desaparecía el temor a un
empate y porque además también los nervios de Vivas tenían que soltarse y
celebrar. Y el Claudio saltó como un barrista del Extremo Celeste.
Unos
minutos después, otra diablura, Periquito Pim Pim le destroza la cintura al larguirucho
enemigo de los celestes, vuelve a estirarla y cae estrepitosamente. Penal.
Marzio se prepara pero Irven se la pide porque quiere su segundo “Tres al
hilo”. Fusila al indefenso arquero visitante y se cumple el refrán “No hay quinto
malo”; de ahí todo se convierte en oles y pasecitos, adormecerla y amansarla.
Todo
está consumado, y el rival consumido, no
por el fuerte sol sino por la apabullante goleada. Buenas noches.
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