Escribe:
Manuel Araníbar Luna
Ya hemos
relatado en otra anécdota que Don Marcos Calderón (q.e.p.d) era conocido por su
fuerte genio y por los gritos con los que increpaba a sus jugadores cuando las
cosas no salían como él quería. Pero
esos gritos no sólo se circunscribían a sus jugadores sino a toda persona que se le cruzaba en el camino en sus
frecuentes accesos de mal humor. Razón de ello dan los recogebolas, los utileros,
el personal de limpieza, los lavacarros y hasta...los canillitas, cuando le
mostraban noticias en las que él no salía bien parado.
Pero había
otro rasgo que no hay necesidad de describir, bastaba con verlo a la distancia
para darse cuenta de ello. Sus piernas abusivamente chuecas, las cuales le
ocasionaban dolor cuando estaba de pie por demasiado tiempo. Para su desgracia
habían llegado dos recogebolas del barrio de Villa María del Triunfo que eran de lo más palomillas ...y
vengativos.
Se jugaban 35 minutos del segundo tiempo cierta tarde
en la que el Sporting Cristal parecia que no iba a salir bien librado en un
partido donde los puntos eran de vida o muerte, y los celestes estaban
perdiendo uno a cero con el Melgar y
para su desgracia uno de los palomillosos recogebolas era characato y,
por tanto, aparte de la afición por el
rocoto relleno, lo era del fanatismo por el equipo mistiano.
El equipo celeste era dueño de cancha y por tanto
escogía sus recogebolas, pero por desgracia, el titular no asistió, siendo
reemplazado por el joven arequipeño. Cada vez que salía la pelota de la cancha
por el lado del palomilla mencionado, este se extraviaba. Don Marcos, a punto
de sufrir un infarto, increpaba a los palomillosos a punta de mentadas de
madre, así que mandó a los suplentes de la banca a que ayuden a pasar las bolas
extraviadas y, en un arranque de desesperación, una pelota se dirigía rodando
hacia sus pies, pero con tan mala suerte que se le pasó entre las curvadas
piernas, ocasionando las carcajadas del público y, mucho peor, las risas
disimuladas de los jugadores titulares y suplentes celestes. Don Marcos volteó
hacia su banca y el que menos estaba tapándose la cara con el buzo para
disimular su risa, ahí ya no se aguantó la rabia.
- ¡Qué
pasa carajo! ¿Estamos perdiendo el partido y ustedes se ríen? Siquiera ayuden a
alcanzar la bola!
Así y todo los celestes empataron el partido con las
justas, lo cual no le dio ninguna alegría a don Marcos quien decía que “en
cancha propia uno se lleva todos los puntos”.
Salió apurado a buscar al recogebolas que le había
hecho la tarde imposible. Su mirada era asesina y partió raudo secundado pro un
utilero y un jugador suplente que no le hallaban ni cabeza ni pies (chuecos) al
asunto. Por lo demás no lo hallaron. Como era su costumbre, Marcos se acercó a
reclamar a las autoridades del estadio quienes le brindaron las excusas del
caso prometiendo que ese escándalo no se iba a producir otra vez. No obstante,
desde el otro lado de la alambrada de occidente, el recogebolas, ya a buen
recaudo, le gritó como para que lo
escuchen en la pLaza de Acho:
- ¡Adios,
jinete de troncos!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario