Se llamaba Waldir Pereyra, pero en todo el mundo era conocido como Didí. Nada menos que el cerebro pensante en las gloriosas selecciones brasileñas del 58 y 62; el elegante armador que se ganó el título de “Príncipe de Etiopía”; el generador de bolas para Pelé, Garrincha, Vavá y toda esa pléyade de monstruos del fútbol carioca.
Fue
Didí quien nos sacó de las eliminatorias del mundial del 58 con su increíble tiro
libre de “folha seca” que dejó parado como estatua nada menos que a nuestro
Rafael Asca. Llegó a La Florida como entrenador–jugador. Con los pantalones
cortos duró poco debido a problemas de columna, pero como Director Técnico
volcó todos sus conocimientos en el equipo celeste sin retacear ni esconder
nada, creando un equipo parejo de popa a proa, un cuadro que obtuvo el
campeonato del 68 y que sirvió de base para la extraordinaria selección del 70.
Siempre
jugando “a la qué chu…”
El
futbolista peruano, desde la pelota de trapo hasta la número 5, muchos años
antes de que se multipliquen como hongos las famosas canchas de fulbito,
siempre ha jugado en pared, tocándola de tuya y mía en potreros, en calles
abiertas, en pichanguitas de cinco contra cinco entre solteros y casados, con
apuestas de a china por mitra.
Siempre
jugando “a la qué chu”, Impredecible y voluble, inconsecuente y gitano,
el futbolista peruano le hacía partidazos a los grandes, pero perdía con los
aprendices. Además, nunca se tuvo confianza. Tomaba el futbol como quien juega
una pichanguita, Desde la época de los cincuentas se repetía hasta el empacho
la triste frase. “jugamos como nunca y perdimos como siempre.”
Más
de un futbolista peruano –y con esto no estamos descubriendo la penicilina— ha
sido amigo de la jarana, del descuido en la vida personal y la poca seriedad
para el fútbol. Antes y después de cada partido la cita era con las chelas y
las rucas.
Juégala
como palomilla, pero…
Didí
se encontró con ello y decidió encaminar al jugador peruano dándole confianza,
pero poniéndole parámetros, sin alcahueterías, rompiendo argollas, poniendo
mano firme. Y ese mismo fulbito de pasecito corto lo aplicó con los celestes en
la cancha grande pero inyectando factores adicionales: la velocidad y el cambio
de ritmo, el trueque de puestos y el pase kilométrico. Por último, les inculcó
la disciplina, la responsabilidad. Es decir, “juégala como palomilla pero
compórtate como zanahoria.”
Los
palomillas del Rímac…
Y
los celestes empezaron a tocarla a velocidad de tren, ganándose con ello el
apelativo de “Los palomillas del Rímac”. En ese cuadro la acariciaban finito,
en paredes de franela, Pepe del Castillo, Cabezón Mifflin, Velita Aquije, el
Gato Vásquez. La orden era tocarla y desmarcarse a 100 por hora, para pedirla
otra vez o para jalar marca, en épocas en as que internacionalmente primaba el
fútbol destructor del catenaccio italiano, el cerrojo suizo, el tanque ruso, la
aplanadora alemana y otros métodos de entrampe con defensas de siete ú ocho
jugadores y sólo un par de atacantes.
El
psicólogo del puchito…
Si
en Botafogo y la selección de Brasil, con tantos monstruos al lado, cuando Didí
jugaba con el 8 en la espalda (y un DT en el centro de la cancha) los jugadores
le obedecían, en La Florida llegaron a reverenciarlo como un padre bondadoso,
porque no necesitaba de gritar ni insultar para hacerse obedecer. Era un
psicólogo que les inducía serenidad y paciencia:
—Patear
canillas es de canallas. ¿Nos están ganando? Sereno, respira hondo, no
desesperes. El jugador que está picón no juega bien. Sigue jugando tranquilo
que los goles llegan solitos.
—Levanta
la cabeza, suéltala, desmárcate, cruza por detrás de tu marcador y pídela otra
vez. Vamos, vamos, garoto, hagamos paredes hasta el área chica y entremos
tocándola suave y rápido, y vas a ver que llegamos con la bola hasta los
cáñamos casi sin darnos cuenta.
Les
enseñó a jugar en cancha mojada, a dar pases de cuarenta metros, a rematar con
ambos pies, a patear la folha seca en los tiros libres, no sólo a Gallardo,
Pepe Del Castillo y el Cabezón Mifflin, quienes fueron sus discípulos más aprovechados,
sino a todos sin distinción. Ubicó a Pepe del Castillo como puntero—armador.
Instruyó a Eloy Campos y Tito Elías a salir tocando y proyectarse a todo cuete
para centrarla a la bomba como lo hacía Djalma Santos en Brasil. A Orlando
“Chito” De La Torre le instó a anticipar y cabecear sin cerrar los ojos; a Nico
Nieri a cortar y acompañar, a cubrir salidas y a enmendar malos pases.
Si
vocé desobedece…
Y,
en la selección, a Cubillas, pese a su resistencia, lo hizo retroceder al medio
campo, cosa que después el Nene agradecería. Corrigió a su debido tiempo a los
indisciplinados como fue el caso de Perico León cuando este escapó de la
concentración. Y sobre todo, les dio confianza, la necesaria autoestima para
jugarles de igual a igual a los monstruos del fútbol.
— Vocé joga muito bem o fútebol – les decía en su media lengua sin soltar el infaltable puchito —. Los peruanos son melhores que muitos futbolistas do mundo, mais no se dan cuenta de ello, no le dan importancia, lo toman a broma, son indisciplinados y desobedientes. “Mais se você desobedecen, melhor retornar à sua casa”
Las
mañas de Didí…
Durante
aquel famoso partido de la clasificación para México 70 en la Bombonera, sacó
del bolsillo secreto todas sus mañas y las aplicó para ganarles el vivo a
quienes se creían los reyes de la labia, les paró la viada de arranque con la
famosa estrategia del pantalón descosido de Perico; les recalentó la cabeza
mandando a Challe a provocarlos, a hacerles perder la paciencia; los hizo
adelantar sus líneas para contragolpear con Baylón y Cachito, con el resultado
que todos sabemos. Es archiconocida su frase que después resultó profética.
—Mira,
Cachinho, esos dos centrales argentinos se van a adelantar. Apenas te la pasen
te metes a toda velocidad en diagonal por ese hueco que van a dejar. De ese
modo vas a hacer el gol.
Su
filosofía del jogo bonito marcó historia porque la instauró años después
en Argentina, un lugar de donde los críticos pedían modernización y
destrucción, empezando de fojas cero, para igualarse a los poderosos cuadros
europeos que salían a no perder aun en su propio reducto.
A
pesar de la famosa bronca con Orlando De la Torre en México 70 (de lo cual nos
ocuparemos en otro artículo), el paso de Didí por el Sporting Cristal y por la
selección dejó una huella indeleble en la afición peruana.
Cuando el Cristal creo la cuarta especial salieron muchos buenos jugadores ahi se veia futbol;pero desgraciadamente no esta el dinero para que estos buenos jugadores no emigrarn a las universidades..pero asi es el futbol lo unico que queda es esperar que llegue otro como el ..
ResponderBorrargracias