Escribe: MANUEL
ARANIBAR LUNA
Ramón
Mifflin marcó época como uno de los futbolistas más representativos del
Sporting Cristal de todos los tiempos. Por la inocultable desproporción entre
su cabeza y el resto de su cuerpo ha sido uno de los receptores de más apodos,
a tal punto que junto a Reynoso son los únicos futbolistas peruanos a quienes se les
llamaba Cabezón, a secas.
Sobrenombres
aparte, otro de los rasgos característicos de su persona son sus agudas
ocurrencias. Hoy mencionaremos una de ellas.
Invictos pero
eliminados…
La
campaña del Sporting Cristal para la Copa Libertadores del 68 tuvo un tinte
agridulce, pues terminó eliminado pese a terminar su campaña invicto. Fue una
gran época del Cervecero en la Libertadores pues completó un ciclo de invencibilidad
en 17 partidos, hazaña jamás remontada
en la historia del certamen. Era un señor plantel entrenado por Didí.
Figuraban Rubiños, Campos, Mellán, La Torre, y Tito Elías. El mencionado Cabezón y Nieri en el medio. Seguían
Tadeo Risco, Pepe del Castillo, “Velita” Aquije, Jorge “Gato” Vásquez y Alberto
Gallardo: más de media selección del 70. En el partido contra el Peñarol de
Joya Cristal había adelantado con gol de Tadeo Risco, pero un antideportivo
planchón de Spencer equilibró el marcador en las postrimerías del encuentro. El
árbitro, por supuesto, había olvidado sus lentes en casa de los dirigentes
uruguayos. Pero la anécdota del Cabezón sucedió un día antes.
Para
el reconocimiento de la cancha del Centenario, previo al encuentro con Peñarol,
un bus fletado los llevó a conocer la ciudad. Algunos jugadores se aventuraron
a hacer compras por las calles de Montevideo. Ramón Mifflin era siempre el
primero en entrar al bus y el último en salir. Y no por cábala: la causa era el
temor de sus compañeros a quedarse encerrados en caso de que se atracara su cabeza
con la puerta. Y entre curiosos y periodistas deportivos a la puerta del bus se
aparecieron unas gitanas con sus velos multicolores, sus naipes a la mano y sus
requiebros y coqueteos con los peruanos. A medida que salían del bus los
futbolistas cerveceros eran inevitablemente abordados por ellas. Algunos
declinaban en elegante cortesía. Otros, inocentemente por cierto, les pagaron muy buena
propina por los alentadores vaticinios de las avispadas zíngaras. Al último,
como era costumbre, salió el Cabezón como corcho de champagne gracias a que su
cabeza estaba lubricada por medio kilo de vaselina.
“Veo el mundo a tus
pies…”
Ante
el insistente pedido de una de ellas Ramón abrió su mano, con una mirada candorosa
y angelical. Extrañado, Didí sonreía porque sabía que Ramón es de esos
amarretes que cuando te dan la hora exigen el vuelto. Lógicamente Ramón le
estiró la mano derecha porque en la izquierda llevaba el reloj, ya que las
gitanas son tan choras que luego de leerte la líneas de la mano son capaces de robarte
un dedo.
¾ Veo,
veo, morocho, hermoso un porvenir lleno de triunfos – dijo la quiromántica
quiñándole un ojo.
¾ ¿Qué
más ves?
¾ Veo
el mundo a tus pies.
¾ ¿Y
por qué no el mundo a mi cabeza?
¾ ¿Para
qué si ya tenés un tremendo mundo sobre los hombros? Y ahora que te veo bien,
decime, buen mozo, ¿sos cabezón o tu cuerpo es demasiado chico?
¾ Ya
pues, madame, no te burles. Dime, en lo que se refiere a mujeres, ¿caerán a mis
pies?
¾ Si,
morocho, veo mujeres. Muchas y hermosas mujeres a tus pies.
¾ Le
creo, porque pienso poner una zapatería para damas.
¾ No
te burlés, botija, porque también veo un buen contrato
¾ ¿Con
algún club famoso? – saltó el cabezón.
¾ No,
con un circo. ¿No serás vos el Hombre Elefante?
¾ Ya,
pe’ madame, no te burles. ¿Y en cuanto a plata voy a tener mucha?
¾ Si,
veo que vas a tener dinero a raudales. Mucha, mucha guita.
¾ Grandioso,
madame, me gusta eso. ¿Cuánto te debo por la lectura?
¾ Cinco
pesos, morocho.
¾ Bueno,
cóbrate de ahí – dijo Ramón pero su mano estaba más vacía que bolsillo con
hueco.
¾ Explícame,
chiquilín, ¿qué me querés decir? –
¾ Quiero
decir que te cobres de la plata que has visto en la lectura de mis manos.
Didí
lloró de la risa. Jorge “Gato” Vásquez, que saboreaba un helado, se atoró.
Fernando “El Cóndor” Mellán siguió riendo hasta en el avión de regreso. Los
jugadores de esa época aseguran entre risas que la afonía del Cabezón y el fracaso del
equipo cervecero en aquella clasificación se deben a la maldición de la gitana en
venganza por la burla de la que fue objeto.
ha ha ha, salud cabezon aunque despues te fuiste al gallinero buena la anecdota
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